sábado, 27 de febrero de 2010

Lucía se levanta a las 6.15 de la mañana; se viste y se prepara el desayuno. A Lucía le gusta empezar su día con un jugo de naranja y dos tostadas, ni más ni menos, porque con una le agarra hambre a media mañana y con 3 después no come el almuerzo. De 7 a 7.30 Lucía se encarga de limpiar la casa, no vaya a ser cosa que caiga una visita imprevista y no esté todo impecable. Mientras hace sus labores se puede escuchar a una banda de jazz como música de fondo, de esta manera Lucía puede sonreír mientras plancha. Ya son casi las 8, sus nietos ya deben estar levantados; mejor los llama antes de que se vayan a la escuela para desearles suerte. Ahora Lucía está de muy buen humor, por lo que saca el cd que estaba escuchando (si, haber aprendido a usar ese aparato de música nuevo y aparatoso la pone contenta),y lo cambia por uno de candombe que le regaló la cuñada de Claudia; es amorosa esa chica, realmente, y pensar que está soltera. Ahora que ya terminó de hacer todo se permite hacer unos llamaditos a las chicas, a ver cómo andan. Mejor primero la llama a la Gladys, que había tenido ese inconveniente con el hijo y quería saber cómo andaba la cosa. Qué cosa cómo se pasa el tiempo cuando se habla con Gladys, se entretenés conversando y antes de que te des cuenta ya son casi las 10.15 y mejor que empiece a preparar el almuerzo para cuando vengan los chicos del colegio. A Lucía le gusta mucho cocinar, pero no le gusta hacer las cosas a las apuradas; por eso prefiere empezar a preparar todo desde tempranito y tranquila, así tiene todo listo para las 12.30, que es cuando llegan los chicos para almorzar con su abuela. Ahora que empezó a cocinar prefiere escuchar un poco de folklore, porque tiene la teoría de que así la comida sale con más sabor. El hecho de saberse todas las canciones de cabo a rabo la sorprendió a ella misma. A las 12 ya estaba la mesa puesta y los ravioles listos en la cacerola, sólo le faltaba agregarles la salsa, pero eso mejor lo hacía antes de servirlos, porque sino se enfría. A eso de las 13.20 ya habían terminado de comer el flancito casero y los chicos se estaban aburriendo de escuchar folklore. Clarita le dijo a Lucía si podían cambiar la música y poner algo de lo que le gustaba a ella. A ella no le molestaba, por supuesto, siempre y cuando tuviera algo para escuchar y mover los pies rítmicamente. Cuando la música empezo a sonar Lucía se sorprendió. ¿Qué clase de ritmos eran esos?. Al principio no le gustó mucho; le resultaba todo bastante parecido y las letras eran innecesariamente ofensivas. Pero con el tiempo se empezó a acostumbrar, y hasta le dieron un poquito de ganas de bailar. Sin sentir nada de vergüenza empezo a danzar con destreza y alegría frente a sus nietos. Ellos se le rieron un poco al principio, pero después no pudieron evitar acompañarla. Y ahí estaba Lucía, bailando esa estrambótica música de ahora con sus nietos, realizando movimientos que a ojos ajenos podrán resultar un poco ridículos. Pero Lucía bailaba igual, y no le importaba nada más. Ni que los platos todavía estaban sin lavar, ni que sus vecinos probablemente estarían durmiendo la siesta, y menos que menos que esta música podría resultar inapropiada para una persona de su edad. Lucía sólo quiere bailar.

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